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2010/08/19

Contra Punto-Es necesaria una mayor seriedad en el debate público - Noticias de El Salvador - ContraPunto

 Luis Armando González.19 de Agosto. Tomado de Contra Punto.

SAN SALVADOR-En El Salvador, por lo general, el debate público deja mucho que desear en cuanto a su calidad y seriedad. Es cierto que sin debate público la democracia flaquea y se empobrece. Pero no es cierto, en contra de lo que muchos y muchas suelen creer, que cualquier debate es bueno para la democracia.
De hecho, cuando el debate se caracteriza por argumentos tramposos, poco consistentes y expresamente formulados para manipular-engañar-confundir al adversario o al público, entonces la democracia, lejos de enriquecerse y fortalecerse, se empobrece y debilita. Sin duda alguna, es mucho peor que no hubiera ningún tipo de debate y que el silencio –o las verdades impuestas desde arriba— se impusiera en la vida ciudadana. Pero eso no quiere decir que haya que conformarse con un debate público precario, como si no se pudiera aspirar a más.
Y eso es precisamente lo que sucede en El Salvador: sobran quienes que creen que en materia de debate público en el país no se puede aspirar a más. Pues se les tiene que decir que están equivocados; se les tiene que decir que no se puede seguir dando vida a un debate público en el cual las tergiversaciones y afán de manipulación prevalecen como criterios argumentativos por encima de la coherencia lógica, anclaje en la realidad, veracidad, horizontalidad entre los interlocutores, actitud crítica y búsqueda de la verdad, que deben ser los criterios rectores de una comunicación para la democracia.
Los ejemplos de la perversión y poca seriedad (y enorme pobreza) del debate público en El Salvador actual son abundantes. Los hay de diferente naturaleza e importancia. Para el caso, cabe traer a cuenta la aún pendiente (y esperada) resolución de la Sala de la Constitucional de la Corte Suprema de Justicia en contra de la reforma –realizada por la Asamblea Legislativa en 2004— al Artículo 191 del Código Penal, mediante la cual se despenalizó algunos aspectos del ejercicio periodístico –en lo que concierne específicamente  a afrentas al honor y dignidad de los ciudadanos y ciudadanas.
Sobre esto, quienes en su mayoría han tenido presencia en el debate público –por lo general, personas vinculadas a grandes empresas de comunicación— han obviado la naturaleza de la demanda presentada por un ciudadano en contra de la reforma al Artículo 191, creando un clima de opinión según el cual lo que está en juego en la resolución de la Sala de lo Constitucional es la crítica periodística, la crítica en general y la libertad de expresión.
Es decir, lo que se planteado, de manera aviesa y mal intencionada, es que si los magistrados de la Sala de lo Constitucional fallan en contra de la reforma al Artículo 191 estarán atentando contra esas tras conquistas liberales y republicanas.
Y ello es insostenible, porque lo que se estaría atacando son prácticas abusivas –realizadas impunemente por quienes se emparan en el poder de sus empresas de comunicación— que vulneran derechos fundamentales de los ciudadanos y ciudadanas, como son el honor, la dignidad y la integridad personal.
Sin embargo, quienes han animado el debate público sobre el tema mencionado se han preocupado más por confundir a los ciudadanos y ciudadanas que por plantear con seriedad y honestidad el asunto en discusión, así como sus particulares valoraciones. Y cuando alguien lo ha querido hacer, su voz ha sido ahogada por el griterío de quienes, gracias al poder mediático que han adquirido, han dicho la última palabra.
Siempre en la línea de los ejemplos, igual pretensión manipuladora ha habido en muchos de los que han intervenido en el debate sobre las candidaturas independientes o no partidarias. Aquí, los meros intereses particulares –y el miedo a que esos intereses se vean cuestionados— han llevado a proponer, en nombre de una preocupación por la salud de la democracia, argumentos francamente descabellados y que traicionan el sentido común más elemental.
Pero no es necesario abundar en más ejemplos, pues los dos que se han mencionado ilustran la propensión de buena parte de nuestros  formadores de opinión –analistas, articulistas, editorialistas, presentadores de televisión, conductores de entrevistas y periodistas— a intervenir en el debate público con argucias, juicios amañados y propósitos reñidos con el espíritu crítico y la  búsqueda de la verdad. Aunque crean lo contrario, no contribuyen en lo absoluto a la salud de la democracia salvadoreña; más bien, hacen lo propio para que la misma siga atrapada en las redes de la mediocridad, la mentira pública, la doble moral y el oportunismo.

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