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2010/08/16

LPG-LA POLÍTICA TAMBIÉN ES UN PROCESO

Uno de los factores más sensibles de la realidad nacional actual es el factor proceso.

Escrito por David Escobar Galindo.16 de Agosto. Tomado de La Prensa Gráfica.

 

Y lo curioso, aunque entendible por nuestra larga tradición antihistórica, vivida y padecida, es que el concepto de proceso casi nunca aparezca en las consideraciones prácticas y ni siquiera analíticas que la realidad va generando en el ambiente. El proceso viene desde siempre, porque es la vida desenvolviéndose en el tiempo, en múltiples expresiones, entre las cuales la expresión política es sólo una más, aunque desde luego decisiva. Lo que marca este momento del proceso nacional no es que el proceso exista, sino que exista con un brote de conciencia ciudadana e institucional sin precedentes. En esas condiciones, tratar el proceso como un sujeto con vida propia se vuelve una necesidad insoslayable, y es lo que todos debemos entender y asumir.

El proceso, por naturaleza, es un encadenamiento flexible y en cierto sentido abierto de causas y efectos. Cuando hay resistencia a reconocer la realidad, cualquier realidad, como proceso, se tiende a ignorar las causas subyacentes y a magnificar las consecuencias cuando se producen. Es como en los mecanismos psicológicos de negación, en los que el rechazo anímico de las causas expone a que las consecuencias actúen como avalancha. Sólo una consideración oportuna e inteligente de las causas de los fenómenos, en la medida que éstos van desenvolviéndose, permite organizar las respuestas pertinentes a los reclamos de la realidad, que pueden ser administrables sólo si se parte de una apropiación consistente de los datos y señales del fenómeno real. De éste nadie escapa, e intentar hacerlo sistemáticamente es una trampa que puede acabar siendo mortal.

Lo cierto es que todos somos parte viva del proceso, y, por consiguiente, responsables directos del mismo, independientemente del poder que se tenga o que se pueda ejercer. Reconocer esto implica aceptar que el proceso es una dinámica compartida. Los políticos, por la índole de la función voluntaria que han querido tomar, son los primeros obligados a dar el ejemplo de respeto al proceso y de compromiso con el mismo. Es de exigirles, entonces, con pleno derecho ciudadano, por ser la ciudadanía la mandante en el hacer político, que hagan de la seguridad y la salud del proceso su misión principal, para ganarse así legítimamente la confianza que necesitan en el desempeño del rol que les corresponde. Esto es lo que no ha ocurrido en la medida suficiente, y por eso hay tantas flaquezas institucionales al acecho.

La política nacional ha estado marcada desde siempre por la fragmentación y por la improvisación, y esto es consecuencia directa de que la noción de proceso ha estado ausente como hilo conductor de las conductas gubernamentales sucesivas. La fragmentación hizo emblemático el presidencialismo rampante que seguimos viviendo y la improvisación viene siendo una especie de mecanismo reflejo en el desempeño de la función pública. De la noción de proceso se pasa de inmediato y sin traumatismo al criterio de interacción, ya que un proceso es, inevitablemente, un encadenamiento de acciones integradas. Y además, dicha noción lleva, por derivación natural, a un manejo más razonable y ordenado del poder. Esto último lo estamos necesitando de manera imperiosa para normalizar sustentablemente nuestra vida política.

El problema básico de la visión partidaria es que su alcance se queda en el inmediatismo de los eventos electorales, como si la política se agotara en la disputa coyuntural por posiciones de poder, que además tienden a ser meras expresiones de intereses personales o de pequeño grupo. Esto deriva de la falta de institucionalidad de los partidos y a la vez impide que la necesaria institucionalización avance. Los vicios generalmente se muerden la cola. ¿Cómo romper semejante círculo vicioso, que con el tiempo se va volviendo autodefensa compulsiva? Con liderazgos nuevos, que tengan el valor de hacerse sentir. Ahora mismo, tanto en la izquierda como en la derecha lo que se ve es un enconchamiento que quisiera llegar al blindaje del statu quo partidario, y que viene a ser el peor factor antisistema.

Al estar así, los partidos no le hacen honor al proceso y se autoinfligen una permanente limitación traumática. La gran maestra, fiel y demandante como nadie, es la realidad misma, y ésta les pone a los partidos pruebas cada vez menos controlables. La más reciente es la de las llamadas “candidaturas independientes”, que, sea cual fuere su resultado final, les ha clavado una urticante banderilla. Para hacerle honor al proceso, los partidos tienen que asumirse como sistema responsable, reconstruirse a partir de una concepción servicial de su propio papel, aceptar el ordenamiento inherente a una auténtica institucionalización y decidirse a asumir las ventilaciones indispensables para su propia salud. De lo contrario, el sistema quedará permanentemente expuesto a los virus más destructivos para el organismo democrático.

LA POLÍTICA TAMBIÉN ES UN PROCESO

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