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2010/08/29

LPG-No creo en la historia

 Una de las tantas frases célebres del enigmático dictador general Maximiliano Hernández Martínez es aquella que todos recordamos: “No creo en la historia, porque la historia la escriben los hombres”. Cuando Martínez enunció la célebre frase, probablemente se refería al microcosmos salvadoreño. Lamentablemente, la historia del país no está siendo escrita objetivamente, salvo en la recopilación de artículos de contenido histórico de la UCA y uno que otro esfuerzo de valientes historiadores.

Escrito por Ernesto Rivas Gallont.29 de Agosto. Tomado de La Prensa Gráfica. 

 

Testigos del conflicto armado escriben sus experiencias, pero ninguno, que se sepa, está haciendo una recopilación histórica imparcial de él. Hay también autobiografías que incluyen relatos parcializados, del mismo.

La historia política de El Salvador es una maraña enredada de hechos y cuentos novelescos embrollados por la idiosincrasia salvadoreña. Desde la independencia en 1821 hasta hace poco más de 20 años, pocos fueron los presidentes salvadoreños que terminaban sus períodos. El Salvador ha tenido 73 presidentes y seis presidencias colegiadas, en 189 años, desde el cubano Dr. Pedro Barriere (21 de septiembre al 28 de noviembre de 1821) hasta el actual, Mauricio Funes. (Estados Unidos, ha tenido 45 presidentes, en 224 años, desde su independencia en 1776.)

Mientras duró el período de dominación del Estado por los intereses militares, se mantuvieron cerrados los espacios a las mayorías. Un oficial militar asumía el poder, tras una asonada; pero pronto caía en desgracia y quienes lo pusieron, lo quitaban. Y la rueda de caballitos seguía gira que gira que gira, hasta que mareó a la población. La corrupción -y su consecuencia: la miseria- generadas por la desenfrenada ambición de poder político y económico fueron obstáculo para el desarrollo armónico de nuestra economía y de los salvadoreños.

Es cierto que existe más de una “verdad” que puede percibirse de cualquier evento histórico y siempre hay varios tonos de gris. Pero no por ello se debe distorsionar o, lo que es peor, falsificar, los hechos históricos, como es costumbre en ciertos ambientes. Es claro que lo que se escribe no es historia, sino ficción, de consecuencia deplorable. Pretender que la leyenda fabricada es historia, o inventarnos personajes que nunca existieron (el príncipe Atlacatl, cacique de Cuscatlán, por ejemplo) es engañar irresponsablemente a los que ingenuamente la creen.

Existe toda una industria de vulgarización de nuestra tradición histórica, que nos haría creer en un Jardín de Edén que no existe y nunca existió, cuya única defensa es que hay más de una versión de los hechos históricos y que la imaginación debe jugar un papel importante al escribir la historia. Debe haber una distinción clara entre evidencia e interpretación, especialmente cuando concurre el riesgo de caer en especulación del tipo biográfico que se da al recordar a nuestros próceres, reales o fabricados y a sus epígonos contemporáneos.

Se reconoce un proceso legítimo de imaginación histórica. Lo que no es legítimo es querer convertir en realidad eventos políticos que con frecuencia suponen la construcción y reconstrucción del pasado, con propósitos políticos actuales. No puede existir una confrontación moral de los hechos del pasado con la actualidad, salvo que se trate de demostrar qué tan moralmente superiores somos hoy, al compararnos con nuestros antecesores. Nadie hoy, por ejemplo, defendería la esclavitud.

Todo se trata de una cultura muy sui géneris imbuida en nuestro carácter que nos hace ver los acontecimientos bajo distintos prismas, según donde estemos ubicados. El esotérico dictador-teósofo-filósofo tenía razón. Se hace difícil creer en la historia, como la escribimos los salvadoreños.

Lea más hoy en mi blog, http://blog.netorivas.net

No creo en la historia

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