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2010/08/07

LPG-¿Quién es quien?

 Escrito por Alfredo Espino Arrieta.07 de Agosto.Tomado de La Prensa Gráfica.

Hay un dicho zen que dice: “La verdadera persona no tiene rango”, es decir, no es realmente clasificable, no es solo esto o aquello –no es abarcable, sencillamente. Pero el mero hecho de nacer basta para ser catalogado –y de múltiples maneras. El hecho de pertenecer a una determinada familia, ejercer determinada ocupación, nuestra mera apariencia y forma de hablar, nuestra situación pecuniaria (por supuesto), tienen ya una connotación social.

Hay situaciones excepcionales, sin embargo, en las que nos encontramos de repente, y en las que no tenemos posición alguna ni desempeñamos ningún papel. Piense usted, por ejemplo, en algún viaje que haya hecho a un lugar desconocido. Usted es distinto del que suele ser –ya no es aquel Don Fulanito– y, aparte de los líos que podría acarrearle la cara de turista, usted se siente libre. La condición de extranjero es idónea para darnos cuenta –si es que aún no lo hemos hecho– de que también somos otro, u otros (¿quién dice que somos uno y siempre el mismo?). Porque somos siempre muchos: no es necesario vivir el drama del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. (Se insiste ingenuamente en el carácter monolítico, unitario, integrado del individuo –que, por cierto, resulta harto divisible, dividido y desintegrado en realidad).

Solemos tomarnos la persona –o el personaje, si se prefiere– un poco demasiado en serio: nos confundimos con ella. Esto resulta tan grotesco, además de nocivo, como creer que somos el traje que llevamos puesto. No solo nos confundimos con la imagen que creemos que habita en el espejo, sino también con aquellas que los otros nos devuelven –esto además de las credenciales, los pasaportes, los carnets, las condecoraciones y los números de seguro.

Desde que nacemos escuchamos: eres lo que sabes, eres lo que quieres, eres lo que haces y consigues y eres (como dijimos) lo que tienes. Así, nuestro ser se agotaría en una o varias características, funciones, deseos, etcétera. (Curiosamente, también se supone que somos alguna recóndita esencia, que resulta tan recóndita que hay que hacer lo imposible para, algún día, dar con ella –cosa que tan solo unos cuantos elegidos consiguen.) En el fondo todos sabemos –o sospechamos– que no somos lo que se supone que somos: eso que se espera que nos creamos ser. Quizás por esto equiparamos la vida con el sueño, con el hecho de soñar y ser soñados. Quizás por eso tengamos accesos de irrealidad –o pánico. Quizás por esto toleremos a locos inofensivos y borrachos –y también a los poetas: porque dicen lo que sospechamos y no podemos decir libremente, sin dejar de ser quien somos.

¿Quién es quien? (No pretendemos negar su existencia ni tampoco su razón de ser: ubicar al individuo en una red.) La respuesta es siempre un qué, y otro qué –que tienden a pegarse a nuestra piel. Cuando lo cierto es que somos algo tan cambiante como vasto e impredecible. Quien representa solamente una franjita en el espectro del gran qué –que tendería al infinito. Quien resulta ser no más que una ficción, montada con variable meticulosidad y consagrada por el hábito. ¿Quién que sea honesto puede dar una versión no contradictoria y de veras plausible de sí mismo –quien que no esté en campaña política, desde luego? Nadie realmente sabe dónde comienza y hasta dónde llega.

Hay quienes parecen no cansarse nunca de ser quienes –césares, próceres, princesas, villanos, héroes y (demasiados) pobres diablos. Estatua pulida o esperpento, para ser tan poca cosa el tal quien parece mucho (pareciéndose mucho a nadie, visto mucho más de cerca). Seguramente en los manicomios habrá casi tantos quienes como afuera.

¿Quién es quien?

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