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2010/08/21

LPG-Una cierta mirada

 Miro un documental de Martin Scorsese sobre los Rolling Stones, en el que los cuatro veteranos arman el desparpajo habitual que es un típico concierto suyo. Y me sorprendo al enterarme de que la edad promedio de estos chicos andaba, cuando fue filmado, ya por arriba de los sesenta. Me quedo muy pensativo. Yo, que me sentía viejo.

Escrito por Alfredo Espino Arrieta.21 de Agosto. Tomado de La Prensa Gráfica. 

Creo que es bastante común sobrevalorar la propia edad. Diez años después siempre nos damos cuenta de que hace diez años éramos jóvenes, aún. Por supuesto que para mis hijas soy tan viejo como un dinosaurio. Y ellas para mí son igual de recientes que el rocío entre la mañana.

Pero ¿cuándo es uno indiscutiblemente joven? O ¿cuándo somos ya, definitivamente viejos? Tal como yo lo veo, esto tiene muchísimo que ver con una chispa interior, para decirlo de alguna manera. Una chispa que se asoma por los ojos, una centella que debe residir justo en el corazón. Quizás a veces esté tan escondida, que de vez en cuando vemos muchachos –y hasta niños– que parecen viejos, así como también vemos hombres y mujeres ya mayores, que parecen no envejecer –y los años, como a los vinos, solamente los añejan. Con esto no me refiero, valga la aclaración, a esas personas que hacen hasta lo imposible para aparentar menos edad, usando atuendos para jovencitos y sometiéndose a cirugías que los hacen parecer extraterrícolas o, quizás, extrarridículos. No hablo de meras apariencias: la juventud es o no es, y punto.

El paradójico fenómeno de la vejez dotada de ese espíritu (con su infinitud de arrugas, dientes amarillos y cabellos blancos, si aún los hay) me parece tan fascinante como el fenómeno de la más lozana y perfumada juventud. Porque si bien la juventud –perfecta– es irresistible (y más la sabemos apreciar, a medida que pasa el tiempo...) la vejez, con su carácter, es seductora.

Es necesario insistir en que nuestra sociedad no valora la figura del viejo (senex). Se suele considerar al anciano como eso que ya no funciona ni sirve, y que por tanto hay que “sacar de circulación”. Pero ¿qué memoria tiene la juventud, con qué prudencia cuenta, con qué perspicacia, con cuánta bondad, con cuánta capacidad de aceptación y sabiduría de vivir, con cuánta paciencia? Aquel que dijo que más sabe el diablo por viejo que por diablo, obviamente no tenía veinte años. El viejo ha visto la muerte y la ha incorporado, tiempos hace, en su horizonte vital. Él no es esa muerte en vida, como se tiende a creer. Viejo es el que sabe por haberlo vivido él mismo y no porque le contaron. Viejo es el que, viviendo, ha sobrevivido. (Joven es, entre otras cosas, el que puede con suerte llegar a viejo.)

Me parece haber detectado alguna relación entre una fuerte autenticidad y la energía vital aún presente en la vejez. De modo que si nos parece atractiva la perspectiva de envejecer con brillo en los ojos, quizás mucho nos convenga ser nosotros mismos cada vez más, resultando acaso más ex-céntricos: más alejados del centro –esa gris y predecible democracia de destinos.

Pero poseer la chispa no es lo mismo que dar un concierto de rock a los sesenta y pico. Yo no sé si Mick Jagger o Keith Richards realmente la tengan –puede que no sean más que chicos envejecidos, con la melena pintada (como esos aguacates que no maduran y se tullen en la rama). Pero hágalo usted si quiere –aunque no lo rejuvenezca en absoluto andar brincando.

Es una chispa de lo que hablo. Es una cierta mirada.

Una cierta mirada

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