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2010/08/12

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 12 de Agosto. Tomado de El Diario de Hoy.

Los cuatro superhéroes del Universo Marvel decidieron utilizar sus poderes para salvar al mundo.

Los cuatro magistrados utilizaron su poder para honrar, reivindicar, fortalecer, rescatar y tal vez hasta salvar a nuestra democracia de su fatal degradación. Los cuatro fantásticos también eran cinco, como los magistrados, pero uno de ellos no quiso o no pudo seguir el mismo camino al quedar anquilosado en su armadura de acero. Al final resultó suficiente la fuerza de La Mole, el fuego de La Antorcha, el genio de Mr. Fantástico, el poder mental de La Mujer Invisible y el coraje de todos para derrotar a formidables enemigos. La sentencia de los magistrados me recordó algunas de las historias más entrañables de los Cuatro Fantásticos, en particular sus resonantes victorias contra el Amo de las Marionetas y contra El Fantasma Rojo y sus Indescriptibles Supersimios. Cualquier parecido con personajes de nuestra realidad es pura coincidencia.
A estas alturas de la vida tengo ya completamente claro que soy un liberal empedernido e incorregible. Casi todos los políticos liberales me caen mal, sobre todo cuando no son realmente liberales. De igual manera rechazo casi todas sus fórmulas económicas, sobre todo cuando se sustentan en dogmas neoliberales. Pero me fascina el genuino pensamiento liberal, el que defiende a muerte y sin ambages la libertad y los derechos de las personas. Tal vez por eso me he considerado siempre un hombre de izquierda.Y tal vez por eso mismo me han decepcionado tanto los usurpadores burocráticos y estatistas de la izquierda. La derecha no me decepciona porque no me interesa, sobre todo cuando es o se vuelve conservadora de cosas que no deben conservarse.
Con esta confesión por delante, debo decir que lo que más me gustó de la sentencia de la Sala de lo Constitucional de la Corte fue ver al Estado salvadoreño atendiendo la demanda de un ciudadano y resolviendo a favor del ciudadano solo porque su exigencia era razonable y apegada a derecho, aunque ello contrariara -y vaya que ha contrariado- a tantos y tan encumbrados y amenazantes poderes. Eso me pareció alentador, como alentador será el caso contrario, si se desestima el recurso de inconstitucionalidad cuando sea evidente que el demandante no tiene razón, como en el caso del intento de volver a penalizar la crítica periodística. Así se construye el estado de derecho, y en ese sentido la sentencia de la Sala en relación con el sistema electoral puede ser vista como una rara y auténtica perla de democracia liberal.
Después de estudiar minuciosamente durante largas horas, palabra por palabra, los 37 folios de la sentencia, tengo la íntima convicción de que los magistrados hicieron un trabajo honesto, serio, intelectualmente respetable, con extraordinario rigor lógico, celoso criterio jurídico y aceptable nivel conceptual. Y no hace falta ser constitucionalista para aquilatar estos atributos, porque si así fuera los mismos diputados estarían inhibidos de expresar sus juicios y opiniones, no digamos desafiar a la Corte Suprema de Justicia aprobando la reforma constitucional más irresponsable y chapucera de los últimos tiempos.
No tengo duda, entonces, del valor jurídico de la sentencia, que es el único parámetro por el que puede exigirse responsabilidad a los magistrados. Si además, como fue el caso, la sentencia recoge y reivindica, aún sin pretenderlo, una justa y antigua demanda de amplios sectores que han visto burlados los derechos políticos fundamentales de los ciudadanos, pues entonces su valor es aún mayor. Y si, por añadidura, la sentencia resuelve un asunto de tan crucial importancia para rescatar y revitalizar una democracia que ya se estaba pudriendo, tendremos que comenzar a reconocer entonces toda su trascendencia histórica.
Para registro de los lectores menos avezados, la sentencia no deja de reconocer a los partidos como las únicas entidades mediadoras de la representación. En ese sentido excluye expresamente que otras entidades diferentes a los partidos políticos sean instrumentales para la mediación entre los ciudadanos y sus representantes (respeto literal y absoluto al art. 85 Cn), pero admite que los ciudadanos ejerzan directamente, sin mediación alguna, su derecho al sufragio pasivo. Más aún, la sentencia ni siquiera impide que los ciudadanos independientes puedan ser postulados por los partidos. Solo declara inconstitucional la obligatoriedad de afiliación a un partido para optar al cargo de diputado. Esta es la parte que se refiere a permitir las candidaturas independientes.
La segunda parte de la sentencia es todavía más importante y más interesante. Dice, en apretada síntesis, que el sistema de listas, en sí mismo, no es inconstitucional, pero las listas cerradas y bloqueadas violan el carácter libre del voto garantizado en el art. 78 de la Constitución. En ese sentido, no sustrae a la Asamblea su facultad exclusiva para configurar el derecho al sufragio activo, pero ordena subsanar la situación en la que, para decirlo pronto, los verdaderos electores son los dirigentes de los partidos, mientras los ciudadanos solo pueden votar por banderas, sin poder expresar sus preferencias o rechazos por uno u otro candidato.
En palabras más simples, se acabó la feria. Hasta la fecha, los candidatos a diputados no tenían que ser decentes, ni amables, ni inteligentes, ni competentes; no tenían que ganarse un prestigio, no tenían que ser reconocidos por la población. Solo tenían que estar bien con la cúpula de su partido para que los pusieran en posiciones ganadoras.
Esto era un principio de deformación total de la democracia representativa, y daba un poder desmesurado y perverso a dirigentes que podían suprimir el debate interno en los partidos por su potestad de ordenar las listas de candidatos.
Falta mucha discusión para configurar los elementos organizativos y logísticos de la nueva manera de elegir diputados. Falta por ver incluso si el tortuguismo de la Asamblea no posterga la efectividad de las nuevas disposiciones hasta el año 2015, pero eso no quita que la sentencia de la Sala de lo Constitucional es histórica. Vaya nuestro reconocimiento a la lucidez y al coraje de “los cuatro fantásticos”.

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