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2010/08/10

RAICES - Filosofar nuestra realidad (I, II y III)-Periodismo Alternativo desde El Salvador

 Carlos Abrego.10 de Agosto. Tomado de Raices.

La dura realidad en la que vive nuestro pueblo, todas sus privaciones, la precariedad de sus modos de vida, dejan aparecer cualquier aspiración de aplicar el famoso llamado de los filósofos del Siglo de las Luces, de “apresurarnos a volver popular la filosofía”, como una vana aspiración. Aquí, volver popular no significa que la filosofía recobre alguna reputación positiva, sino volver a todos los miembros de la sociedad capaces de poder ocuparse de los problemas más complejos que se nos presentan.

Este llamado tiene ya más de dos centurias y la filosofía sigue siendo una ocupación de especialistas y su número es limitado, incluso en sociedades cuyos recursos materiales son en mucho superiores a los nuestros. La filosofía sigue teniendo la misma mala reputación que tuvo siempre: para la mayoría la filosofía es una ocupación de ociosos que se divierten con complicados calambures y se esfuerzan en construir esquemas abstractos muy alejados de las preocupaciones del hombre de carne y hueso. En todo caso, la filosofía tiene mala fama y se nos presenta como algo inalcanzable, pero sobre todo incomprensible.

Este llamado ha sido retomado por otros filósofos, entre ellos Marx, Engels, Lenin, Gramsci, Lucács, etc. Debemos reconocer que estos filósofos hicieron esfuerzos en sus escritos porque este famoso llamado se plasmara en la realidad. No obstante estos esfuerzos, la filosofía sigue siendo algo extraño y ajeno para el común de los mortales.

En parte esto se explica a partir de la filosofía misma, pues para practicarla se requiere esfuerzos, dedicación, aplicación y constancia. Pero más allá de estas requeridas cualidades de las personas, la filosofía encierra en sí misma dificultades propias, pues desde el inicio nos exige que nos despojemos de nuestro modo de pensar ordinario, critica nuestro sentido común. La filosofía es una constante invitación y exigencia a la reflexión.

Pero volver popular la filosofía significa democratizarla, es decir facilitar el acceso, esto por supuesto, pero al mismo tiempo es darle al pueblo lo que la filosofía ofrece de capacidades críticas y de conciencia, como la dan también las ciencias sociales, humanas y el arte.

Valga afirmar que volver popular la filosofía no puede significar llevarle al pueblo un saber que le ha permanecido en su principio exterior y ajeno. Más bien se trata de provocar el florecimiento de las potencialidades filosóficas del pueblo, que las discriminaciones sociales, las condiciones laborales despóticas, las inigualdades escolares han obstaculizado en la misma organización de su tiempo cotidiano. Se trata de revelarle al pueblo mismo las ideas, la concepción de mundo que lleva en su seno. Volver la filosofía popular significa también introducir al pueblo en el objeto mismo de la filosofía, en tanto que producto y autor de la historia social, económica y cultural de la sociedad.

Se trata pues de llevarle al pueblo una racionalidad que hasta ahora le ha permanecido exterior en el principio mismo. Para Marx se trata sobre todo de revelarles a los pueblos la racionalidad que contienen sus propios movimientos. Esta es una idea moderna, que se la debemos a este pensador tan atacado, pero al mismo tiempo tan ignorado. Se trata aun de una tarea por realizar.

La realización o no de este objetivo forma parte de la encarnizada lucha ideológica que se lleva a cabo a diario entre las principales clases sociales. Se trata de una lucha en que la balanza del triunfo se inclina por el momento por las clases dominantes, por las que ejercen su hegemonía sobre la sociedad entera. Esto tampoco puede extrañar a nadie. La ideología dominante se apoya precisamente en la aprehensión más inmediata del mundo social que nos rodea, que nos aparece como existiendo desde siempre y que se reproduce constantemente, hasta el punto de considerarlo como natural. La burguesía (en nuestro caso, oligárquica) tiene en sus manos los principales medios a través de los cuales se trasmite la ideología y lleva una constante batalla contra todo pensamiento que pueda poner en tela de juicio su dominación. No obstante, el principal blanco de sus ataques sigue siendo la filosofía marxista, sobre todo caricaturando sus posiciones, imputándole postulados que no le pertenecen, pero con mayor hincapié ocultándola y hasta prohibiendo su estudio. En nuestro país solamente hasta ahora, se puede reivindicar como suyo el pensamiento marxista sin sufrir la represión, sin correr oficialmente peligro de muerte. Aunque esto hay que relativizarlo, pues la extrema hostilidad que se ha profesado durante toda nuestra historia no puede desaparecer en unos cuantos años.

La dificultad actual en nuestro país de filosofar, ya sea a nivel individual o colectivo, más allá de las dificultades intrínsecas a esta actividad, reside en que no tenemos ninguna tradición filosófica, que el nivel cultural general de la población no es muy elevado, no tenemos enraizada ni siquiera la costumbre de leer y aún menos de poner por escrito nuestros pensamientos. En nuestra historia contamos con un pensador de talento, Alberto Masferrer, pero todos sabemos que fue perseguido, luego “recuperado” y hasta oficializado.

La izquierda, cierta izquierda, optó por denigrar a Masferrer, en vez de apoyarse en sus escritos para hacer avanzar el pensamiento crítico nacional. Masferrer estaba lejos de ser marxista, no obstante su pensamiento agudo enfocó muchos males de su época y propuso soluciones. Los partidos de izquierda, los tradicionales como los que surgieron en la década de los setenta, no han producido textos de carácter filosófico, su empeño se dirigió sobre todo al análisis político y económico. Es cierto que mucho se dijo que estos análisis se sustentaban en el pensamiento del “marxismo-leninismo”. Pero muchas veces este apego al “marxismo-leninismo” era declarativo, rutinario y a veces excesivamente doctrinario.

Pero filosofar no es una actividad que surge espontáneamente, requiere un esfuerzo y los que se han lanzado a este ejercicio se han dado cuenta de las dificultades que encierra. Sin embargo, no podemos menospreciar las formas y los contenidos de la actividad intelectual que acompañan a toda conducta práctica de la vida cotidiana. Estas conductas contienen ideas, más o menos sistematizadas y expresan de manera compleja un conjunto de concepciones generales, sociales, políticas, religiosas, morales, estéticas, etc. Nuestros comportamientos, de manera explícita o no, de manera consecuente o no, se apoyan siempre en opiniones, en juicios y conocimientos que hemos sacado de todo tipo de experiencias diarias.

Estas ideas tienen su origen en la infinita red de relaciones que hemos ligado a todo lo largo de nuestras vidas personales y en la historia colectiva, con la naturaleza, el medio socio-cultural, la estructura de la sociedad y nuestro propio lugar en dicha estructura. Son estas ideas, son estas concepciones las que dirigen, las que orientan los modos de considerar tal o cual acontecimiento, las maneras de reaccionar frente a tal o cual problema.

Estas concepciones expresan de alguna manera los procesos reales, pero no solamente eso, puesto que guían nuestros comportamientos prácticos, forman parte de los mismos procesos.

Este tipo de ideas, de concepciones, aunque tengan poco o nada que ver con la reflexión filosófica, no podemos tampoco desconocer su significación profunda: por medio de esta multiplicidad de opiniones comunes se expresan ideas de alcance general, aunque no se acostumbre a formularlas como tales, su presencia es constante y casi permanente.

En nuestro país ¿quién no ha oído decir cosas como estas: “siempre ha habido ricos y pobres”, “hay gente que nace para dirigir”, “para hacer eso hay que ser dotado”? Podemos suponer que lo que expresan estas “verdades comunes” no se basan en algo sólido. Podemos admitir incluso que se trata de errores, ilusiones, expresiones de una resignación mistificada. De manera general nosotros suponemos que sólo las ideas ciertas, las verdades, reposan en causas reales, en la realidad y que las ideas falsas no, que son causadas por tontería, tal vez por la intención de engañar, por la inadvertencia, el descuido, etc.; no obstante, podemos decir que una idea errada, falsa tiene tantas causas reales como las ideas ciertas y verdaderas.

Permítanme que analice en qué realidad se basan las frases señaladas en una otra entrega. Además trataré de exponer las consecuencias ideológicas de tales ideas y a quien beneficia que este modo de considerar perdure.

II

En la primera parte cité tres frases que solemos oír en conversaciones y que expresan el sentido común; se puede perfectamente multiplicar los ejemplos, pero conformémonos con estas. Decía que estas frases están de alguna manera sustentadas por la realidad misma. En efecto, ¿qué contiene nuestra experiencia? ¿Qué ha contenido la experiencia de todas las generaciones que nos han precedido? Pues la existencia repetida de pobres y de ricos, la soltura y autoridad con que los que nos dirigen se comportan y la capacidad intelectual que desarrollan algunos individuos en el ejercicio de sus funciones. Estos hombres parecen destinados para ejercer los puestos que ocupan. Pero al mismo tiempo vemos como la gente humilde es puesta aparte de los medios materiales y culturales para dominar su propio destino colectivo.

¿Quién en El Salvador ha tenido la experiencia de la igualdad de chances y oportunidades en el acceso al patrimonio cultural? ¿Acaso no son perceptibles las grandes diferencias entre escuelas y colegios? Es esta realidad que nos rodea, la que nos impone las falsas ideas sobre la realidad misma. Y paralelamente a esto señalemos el desconocimiento total de lo que produce y reproduce esta realidad. Nos referimos a los procesos históricos y sociales que producen la riqueza, la explotación, las desigualdades, las jerarquías, a todas las dominaciones ligadas al Estado, a las instituciones, a la propiedad privada de las empresas, los múltiples efectos de las leyes que rigen la ganancia capitalista y los modos de la formación de las capacidades individuales a través de la asimilación del patrimonio cultural.

Es necesario señalar también que estas ideas ilusorias se enraízan en las mentes de manera diferente según sea el medio social al que pertenecemos, al bagaje cultural que hemos adquirido, a nuestro mundo afectivo, etc. todo esto tiende o no, a imponernos esas ideas como más o menos evidentes. Es todo esto lo que puede también variablemente justificar el lugar que ocupamos en la estructura social existente.

Es la experiencia cotidiana de estas cosas y el flagrante desconocimiento de las leyes que producen y reproducen esta realidad, nuestra propia vida, la de cada uno de nosotros, todo esto constituye la realidad en la que las ideas se forman y se transforman. A la vez, estas ideas tienden a producir nuestras conductas, nuestros comportamientos. Si la riqueza, la situación social, las formas de poder, los mecanismos económicos, etc. se conciben como eternos y hasta universales, entonces vamos a buscar un lugar en el sistema existente, en vez de forjar un sistema en que las funciones sean distintas y los modos de acceso tengan que ser inventados.

Esto no es muy complicado, concierne apenas las ideas, las opiniones y conductas cotidianas, estamos afuera de las grandes ideologías y de los sistemas filosóficos constituidos. No obstante si paramos mientes, todas estas opiniones y conductas tienen en común una idea filosófica importante: la riqueza, la estructura social, el poder, la propiedad, las capacidades individuales, etc. son consideradas como fenómenos naturales, que nada puede modificar profundamente.

Esto viene a significar que la realidad, en su aspecto esencial, es inmóvil, eterna, que se encuentra afuera del alcance del movimiento de las cosas, que los movimientos sociales e históricos afectan únicamente la superficie del desarrollo de las sociedades y sus relaciones. Esto significa también que bajo el torbellino perpetuo de los acontecimientos se mantiene una naturaleza humana incambiable. Se trata pues de un postulado de orden filosófico.

En estas frases en apariencia inofensivas, que pronunciamos sin mayor recapacitación y en nuestras conductas que les corresponden, podemos encontrar un verdadero andamiaje teórico, muy pocas veces sistematizado, que expresa una relación respecto a nuestras experiencias y tiende a imponernos ciertas tomas de posición, ciertas prácticas individuales y colectivas. Como vemos nadie se escapa de la filosofía.

Nos queda saber ahora si es cierto que las ideologías están muertas, como van repitiendo los que desean que la gente se mantenga en la ignorancia y que siga reproduciendo en la realidad, como en el pensamiento, un mundo que le conviene a las clases dirigentes.

Cuando alguien nos dice que “siempre ha habido ricos y pobres”, no lo hace para darnos una información; se trata por lo general de un argumento en contra de la posibilidad de un cambio social. Como lo hemos dicho antes, la fuerza de este argumento es que se funda en nuestra experiencia, en la experiencia de todas las generaciones que nos han precedido. Pero al mismo tiempo esta frase, este argumento, que en apariencia tiene el peso contundente de la evidencia, es arrastrado por postulados filosóficos que ignora la persona misma que lo ha emitido.

III

Hemos visto que detrás de esta frase se esconde un postulado de la filosofía idealista, que niega los cambios y considera que el mundo es idéntico a sí mismo desde siempre. “Esto viene a significar, escribí en la segunda parte que la realidad, en su aspecto esencial, es inmóvil, eterna, que se encuentra afuera del alcance del movimiento de las cosas, que los movimientos sociales e históricos afectan únicamente la superficie del desarrollo de las sociedades y sus relaciones. Esto significa también que bajo el torbellino perpetuo de los acontecimientos se mantiene una naturaleza humana incambiable”.

Es por esta razón que algunos filósofos nos invitan a un rodeo, a darle la vuelta a la cosa pensada. La verdad no aparece directamente, si así fuera, ya lo han dicho otros antes, no habría necesidad de la ciencia.

No creo que haya que insistir sobre la utilidad del estudio de la filosofía. Gramsci decía que todos los hombres pueden ser filósofos a condición de que se les ayude a serlo. Pero esta ayuda no significa una simplificación, no se trata de esquematizar, no debe entenderse que haya que apartar el necesario esfuerzo de parte de quien estudia la filosofía, al contrario es menester prevenir que para encontrar agrado en la ocupación filosófica, hay que saber que se trata de un ejercicio mental al que no estamos acostumbrados, pero que “contribuye a la educación de la inteligencia, cualquiera que sea el fin que se proponga” (G. W. F. Hegel).

La sentencia “siempre ha habido ricos y pobres” es la expresión inconsciente de una ideología, de alguna manera hemos filosofado espontáneamente, sin darnos cuenta. Esto implica que estamos asumiendo un modo de pensar, que tal vez nos sea ajeno, que una vez puesto al desnudo, tal vez no nos convenga. Esta ideología espontánea es una conciencia inconsciente, que invierte las relaciones reales, se trata de una relación ilusoria de los hombres respecto a sus reales condiciones de existencia.

Algunos quizás dirán que de alguna manera esta “filosofía espontánea” no nos encadena a ningún sistema filosófico determinado, por consiguiente podemos decir que nuestro pensamiento se mueve libremente. Esto también es cierto sólo en apariencia, pues nuestra percepción espontánea de las realidades es siempre necesariamente limitada, parcial en el tiempo y en el espacio. Es decir si partimos únicamente de la experiencia tendemos a generalizar, a darle carácter de eterno a lo que es y sigue siendo particular y provisorio.

Agrego que estas interpretaciones de nuestra experiencia inmediata, las condimentamos con todas las ideas ya formadas que nos rodean y que al emerger del mundo tal cual está, ocultan necesariamente su movimiento, sus contradicciones y sus potencialidades. El famoso “sentido común”, las ideas recibidas, se nutren de ilusiones y nos incitan a conservar tal cual lo que existe.

Estas concepciones espontáneas tampoco son tan espontáneas, ni mucho menos inofensivas. Lo acabamos de decir nos invitan a conservar el mundo que nos rodea, a reproducirlo y nos infunden temores respecto a lo nuevo que adviene y a las ideas que innovan y que buscan las transformaciones.

Pensar con ideas hechas, en vez de ser una libertad, es una esclavitud, pues nos hacen presas fáciles de todos aquellos que nos invitan a aceptar que otros piensen por nosotros, que nos inculcan miedo, resignación y que quieren privarnos del espíritu crítico.

Trataré, en las siguientes entregas de esta serie “Filosofar nuestra realidad”, de exponer algunos elementos que puedan servir de iniciación al pensar filosófico marxista. Se trata pues de algunos elementos de la dialéctica materialista, trataré de ser lo más claro posible, sin entrar algunas veces en detalles, sin embargo no voy a simplificar, ni a esquematizar. Por lo menos esa es mi intención. Por otro lado, debo expresar mi inquietud pues no tengo el hábito en estos asuntos. Por lo mismo, necesito de la participación activa de mis lectores. Voy a entablar un diálogo con ustedes.

Carlos Abrego, intelectual salvadoreño residente en Francia, es colaborador de Raíces.

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