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2010/09/18

LPG-La reactivación es un hecho plural

 Si algo caracteriza a la sociedad salvadoreña tradicional es la desagregación convertida en forma de ser. Tal desagregación degeneró históricamente en división y de ahí al conflicto fratricida no había más que un paso.

Escrito por David Escobar Galindo.18 de Septiembre. Tomado de La Prensa Gráfica.

 

La crisis hipotecaria en Estados Unidos contagió al sistema crediticio y se derramó hacia todos los espacios económicos, con impactos globales en cadena. Este fenómeno, que es la primera gran crisis de la era de la globalización, ha sido fundamentalmente revelador del estado actual de las sinergias mundiales. La primera evidencia es la transversalidad, lo que significa que ya no hay efectos encapsulados: todo lo que pasa nos afecta a todos, con distintas intensidades, desde luego; la segunda evidencia es la multicausalidad, en el sentido de que todo lo que pasa es un enjambre multiplicador de causas y efectos; la tercera evidencia es la instantaneidad, o sea que, por consecuencia del “boom” creciente de las comunicaciones, todo se sabe y se vive al instante, prácticamente en todas partes.

En nuestro país hay una carga acumulada de frustración y de ansiedad por el desempeño de la actividad económica, desde que en 1995 se frenó el impulso entusiasta de los primerísimos años de la posguerra. No todo ha sido negativo, desde luego, pero el sentimiento de desaceleración viene estando presente desde entonces, con más o menos intensidad. Esto debería habernos hecho considerar, desde hace tiempos, que en el ambiente se necesitan replanteamientos energizadores lo suficientemente vigorosos para ponernos en una línea de reactivación verdaderamente sustanciosa y significativa. Esto no ha ocurrido, en buena medida porque en lo económico viene prevaleciendo una rutina que es lo menos favorecedor de un reimpulso determinante. Tomar conciencia de ello es cada vez más imperioso.

En este punto, como prácticamente en todos los otros asuntos fundamentales de la realidad nacional actual, lo que nos viene faltando de entrada es el procesamiento de la experiencia. Al respecto, una frase del poeta inglés T. S. Eliot viene como anillo al dedo: “Tuvimos la experiencia pero no su sentido, y el acceso al sentido restaura la experiencia”. Es de suma importancia subrayar el término “sentido de la experiencia”, porque implica mover todo el aparato intelectivo, tanto de los individuos como de la sociedad en su conjunto, hacia la comprensión de lo real que se manifiesta en forma de hechos perceptibles y verificables. La experiencia nunca es mecánica, pues a cada instante es el producto de mil factores determinantes; y el que se le tome como simple mecánica impulsiva —como es lo común en nuestro medio— acarrea despistes persistentes.

El sentido de la experiencia vendría a darnos una posibilidad de visión interiorizada de lo propio, que es lo que más estamos necesitando para arrancar en una nueva dinámica reactivadora. Dicho sentido es el elemento indispensable para propiciar un estado de ánimo nacional que haga factible desatar energías verdaderamente renovadoras. Es decir, energías capaces de reproducir la experiencia, pero con las lecciones asumidas, asimiladas y aprendidas. Hay que insistir en el estado de ánimo nacional, porque de él depende que la onda sea positiva, sea indiferente o sea negativa. El desafío está en desatar un estado de ánimo positivo, y para ello se requieren tres cosas: confianza, voluntad y cohesión. Sin ellas, en conjunto y con la debida articulación interactiva, no es imaginable ningún tipo de reactivación, en cualquier campo que sea.

Hablar de confianza se ha vuelto de cajón en el país, pero el enfoque que se le viene dando a la confianza es superficial e interesado. Se podría graficar con dos frases: “Ténganme confianza”, le dice el Gobierno a quien quiera oírle; “Denos confianza”, le piden al Gobierno desde los sectores sociales, y especialmente desde el sector económico. Y, por supuesto, la confianza no es algo que se concede o que se reparte. La confianza es un fluido vital, resultante del dinamismo de todos. Ese fluido no puede programarlo nadie por su sola cuenta, aunque sí resulta de la conjunción de esfuerzos que logren desarrollar los actores sociales, cada quien en su ámbito y todos en común, sobre todo aquéllos que ejercen algún tipo de poder, fáctico o institucional. Todo esto significa que la confianza es clima sostenido de sensaciones, que se explica en sí mismo.

Pero la confianza, al ser un clima, no puede bastarse a sí misma para producir efectos dimensionables. Requiere del múltiple motor de la voluntad. La voluntad siempre se da por sobrentendida, pero en realidad lo que la experiencia enseña es que la voluntad hay que construirla con esmero y con disciplina. Y más cuando estamos hablando de la voluntad como fenómeno colectivo; en este caso, fenómeno movilizador de una comunidad nacional. En nuestro país somos expertos en generar impulsos, muchos de ellos vigorosos y hasta heroicos; pero siempre nos quedamos cortos en articular impulsos dentro de un plan de vida. De ahí nuestra tendencia a la improvisación y a la consecuente dispersión, que son dos de los males funcionales que la realidad más nos está urgiendo corregir.

De cohesión hablamos poco y hacemos menos. Si algo caracteriza a la sociedad salvadoreña tradicional es la desagregación convertida en forma de ser. Tal desagregación degeneró históricamente en división y de ahí al conflicto fratricida no había más que un paso. Reconozcámoslo conscientemente, en función terapéutica. Ni siquiera un acontecimiento de contundencia racional tan clara como la solución política del conflicto armado ha sido capaz de mover estrategias integradoras en la magnitud requerida para potenciar de veras el desarrollo. Y es que la cohesión tiene que venir de la profundidad donde se aloja eso que antes llamábamos “espíritu nacional”, y del cual hace ya tiempos que no se hace mención de ninguna manera. Esto último es el signo más claro de lo desconectados que andamos de nuestro propio ser.

De lo dicho queda explícito que no podríamos esperar reactivarnos si no hay un trabajo de base que permita organizar las piezas del rompecabezas nacional, a partir del reconocimiento compartido de que la evolución exige corresponsabilidad y de que pasar de una especie de modorra acumulativa al emprendimiento renovado demanda poner a la orden de la realidad todas las potencias creativas disponibles. Si todos aspiramos a ser beneficiarios de una eventual reactivación, todos debemos comprometernos con el despliegue de la misma. La reactivación no es un ejercicio estadístico, como pareciera ser la recurrente obstinación de los técnicos al uso: los datos estadísticos ilustran, pero no revelan. Lo que en verdad revela es la fortaleza de los hechos. Vamos a ellos, para no quedarnos, como hasta ahora, en los entornos de las meras frases hechas.

La reactivación es un hecho plural

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