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2010/09/06

LPG-Lo que en realidad necesitamos es un pacto nacional

 Si se revisa la lista de las sociedades que, en el mundo, han logrado sostenibles saltos de calidad en la vía del desarrollo, una cosa resalta como común: la visión compartida y la estrategia integrada.

Escrito por GN3.06 Septiembre. Tomado de La Prensa Gráfica.

 

Se ha venido hablando insistentemente de un pacto fiscal, como el medio orgánico más idóneo para fortalecer los ingresos públicos en un momento en que la situación económica sigue siendo muy difícil y en que las demandas sociales de diversa índole van en aumento. Un pacto de tal naturaleza requiere, desde luego, la participación activa de las distintas fuerzas políticas, y en especial aquéllas que tienen más peso legislativo, y también de los principales sujetos económicos y sociales que ejercen directa incidencia en el quehacer del país. Lograr todo esto no puede ser un movimiento espontáneo: hay que crear las condiciones para que el resultado se dé; y tal creación de condiciones exige que el poder público, que es el inmediatamente interesado, sea capaz de oír posiciones, de procesarlas y de integrarlas creativamente para alcanzar el fruto común.

No habría necesidad de comenzar de cero si hubiera la base que tanto se requiere para funcionar en tiempos de crisis: el pacto nacional. Lejos de contar con éste, lo que se ve y se respira en el ambiente es una crispación de actitudes y de palabras que es verdaderamente censurable. Ya en los más altos niveles del poder público ni siquiera se practican los buenos modales elementales. Y así es casi imposible derivar en entendimientos sustantivos.

Un pacto fiscal, y ya no se diga un pacto nacional que desarrolle la agenda de país con perspectiva que trascienda los tiempos limitados de una gestión de Gobierno, deben asentarse en una visión verdaderamente realista de las cosas, y no en intereses coyunturales, sectoriales o de grupo, sean éstos políticos o de cualquier otra índole. El promotor natural tendría que ser el Presidente de la República, por la función conductora que le corresponde; y, de lograrse, constituiría el mejor esfuerzo de presente y el mejor legado de futuro.

Visión y consistencia

Si se revisa la lista de las sociedades que, en el mundo, han logrado sostenibles saltos de calidad en la vía del desarrollo, una cosa resalta como común: la visión compartida y la estrategia integrada. Hacer algo hoy que no tiene nada que ver con lo que se hizo ayer o con lo que se hará mañana, como ha sido la tónica de las “políticas” de Gobierno en el ambiente, es, en expresión popular, dedicarse a “gastar pólvora en zopes”. No es casual, entonces, que el despilfarro y el desperdicio sean las palabras más corrientes en el hacer público, con las consecuencias que están a la vista. Y la mejor prueba de ello es la afición a considerarlo todo “emergencia”, aun lo más previsible.

Es claro que en nuestro país viene faltando desde siempre una visión orgánica y ordenada sobre lo que deben ser la acción de presente y la función de futuro. Durante la larga era en la que imperaba la concepción antidemocrática del poder, éste sustituía dicha visión, con todas las distorsiones imaginables; pero al iniciar su desenvolvimiento la concepción democrática en los distintos niveles de la vida nacional, ya no hay afortunadamente nadie que pueda sustituir dicha visión.

La clave, en este preciso momento, estaría, pues, en encarrilar todos los ánimos nacionales hacia la consecución de un pacto nacional de fondo, y, en dicho escenario propicio, empezar a trabajar de inmediato en aquellas tareas que parecen más apremiantes; entre ellas, por ejemplo, ese pacto fiscal del que se viene hablando. Y, en todo caso, asegurar que la visión funcione y que la consistencia le vaya dando sustento. Al Gobierno le urge contar con más recursos, y a todos nos urge que el gasto se canalice eficazmente hacia el bien común. Son urgencias compatibles.

Lo que en realidad necesitamos es un pacto nacional

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