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2010/09/14

LPG-Mujer no violada no vale la pena

Tampoco hay que pensar que la identidad de una nación depende únicamente de un par de piernas, de una rutina de baile. La tradición, la identidad y el espíritu de pertenencia a una nación dependen de otros factores que hasta el momento no han funcionad en este país. Tenemos un tejido social demasiado herido, disgregado.

Escrito por Elena Salamanaca.15 de Septiembre. Tomado de La Prensa Gráfica.

Había cosas que no comprendía cuando era niña. Mi abuela y mi madre veían la telenovela Quinceañera, y Thalía (cachetona adolescente, exagerado fleco ochentero) corría de noche por una calle, tropezaba, un tipo la halaba, ella lloraba.

Tampoco entiendo ahora cuando mi abuela ve telenovelas en las que la protagonista ha sido violada y luego se enamora del violador (Televisa, 2008, Cuidado con el ángel) o cuando en una escena un hombre la presiona por detrás a una mujer contra la pared y le dice, amenazante: “Vas a ser mía por las buenas o por las malas”, y ella llora (Tv Azteca, 2010, Mujer comprada).

En las novelas vemos cómo la excitación del hombre viene de poseer a la fuerza y cómo los personajes se reducen,  y los hombres son un ardor  desenfrenado y las mujeres un depósito del ardor, un objeto de deseo. Uno está un poco resignado a que las empresas mediáticas, telenovelísticas, reduzcan a los personajes, a las personas, pero no espera eso de las instituciones.

Al menos yo no lo esperaba.

El ISDEMU ha colocado a la mujer en esa misma idea del valor por la violación y por corporalidad y no la coloca en otros planos como el intelectual, el humano, la dichosa y siempre mencionada igualdad de oportunidades en la sociedad.

El debate (¿Hubo debate? ¿Habló el ISDEMU con otros sectores sociales, con las cachiporristas, por ejepmlo? ¿Nosotros como sociedad civil buscamos al instituto?) que se generó después de la noticia que prohíbe a   las cachiporristas reduce a la mujer a un plano sexual, únicamente, y recordemos que se trata de mujeres estudiantes.

¿Por qué no comprendemos, por qué las instituciones, el poder, recuerdan, comprenden que los verdaderos cambios culturales vienen de la crianza? ¿De qué manera explicamos a los padres que no pueden llenarse de hijos que no pueden mantener? ¿Por qué no educamos reproductivamente en las zonas más vulnerables, de mayor hacinamiento?

Prohibir que unas estudiantes bailen en minifalda no detendrá la violación en menores, la prostitución infantil. La calle está llena de niñas prostitutas que no saben leer, que nunca fueron a la escuela, que no han sido cachiporristas.

¿Acaso el ISDEMU no sabe que la mayoría de abusos sexuales comienzan en el hogar, y los ejercen familiares?

El cambio cultural vendría del cambio de mentalidad y no con la eliminación de un acto, de un rito.  Además, con esta medida, parece, que el ISDEMU ve a la cultura más bien como entretenimiento.

Tampoco hay que pensar que la identidad de una nación depende únicamente de un par de piernas, de una rutina de baile. La tradición, la identidad y el espíritu de pertenencia a una nación dependen de otros factores que hasta el momento no han funcionado. Tenemos el tejido social demasiado herido, disgregado.

Pero precisamente por las heridas del tejido social, por la concepción de cultura con la que hemos crecido es que debemos de reparar en esta medida reduccionista que no reparará los daños y dudo mucho que reivindique a la mujer, pues las cachiporristas señaladas, las denigradas y las excluidas también son mujeres.

Sería mejor preguntarnos por dónde puede empezar el cambio cultural; de qué manera los niños de la casa comprenderán que sus hermanitas y sus primas son iguales a ellos en derechos y oportunidades y no han nacido para lavarles los platos y serviles la cena; de qué manera le explicamos a un adolescente de clase media que la doméstica de casa, adolescente con él pero con menos suerte histórica,  ha llegado a ejercer un trabajo y no a ser violada por él o ayudarlo a satisfacer sus necesidades biológicas incipientes y efervescentes.

La misma semana del debate de las cachiporristas, fue violada y asesinada –degollada--, una niña de seis años en un cantón de Ciudad Arce. Caminaba a diario tres kilómetros para llegar a la escuela, y hasta la fecha no han aparecido los autores de su crimen, quienes la arrastraron por el monte, quienes le desgarraron un brazo, quienes cortaron su cabeza, la envolvieron en una bolsa negra y la dejaron caer en un pozo.

¿La igualdad y el respeto a la mujer no residen en el acceso a los derechos básicos de vida digna, salud, educación y alimentación?

¿Será que el ISDEMU no cree que el principal cambio cultural que puede beneficiar a esta generación reside en el acceso pleno a la educación? ¿Por qué las escuelas son tan lejanas, tan desprovistas de lo necesario, casi imposibles para la infancia de este país? ¿Qué hacemos con la madre vendedora ambulante que se apoya en su hija menor de edad para sobrevivir? ¿Qué hacemos con las niñas que halan carretas y bultos por los centros de las ciudades y los campos de este país?

Hace poco el fotoperiodista Francisco Campos publicó una imagen en su perfil de Facebook. Hacía alusión a una campaña publicitaria contra trabajo infantil que ha llenado de banners la capital. La campaña dice: “Si trabaja, no estudia", y Francisco Campos contestaba con la imagen de una niña de unos seis años que lleva en su cabeza una torre de trastes y productos del puesto de su mamá: "Si no trabaja, no come", apuntaba certeramente.

Ciertamente los cambios culturales de este país no dependen solo del ISDEMU, ni siquiera en materia de género; pero es la institución que está abanderando y defendiendo esta postura del Estado.

En este mundo de letras, decretos, leyes y eslóganes absurdos y fallidos, las niñas que no saben leer están aisladas de todo. Las palabras más fáciles son con las que viven a diario: vuelto, comida, cansancio, lluvia, hambre. No podemos hablar de igualdad de derechos mientras estas niñas no aprenden a leer ni a comprender que han nacido para otra cosa que no sea trabajar y parir.  Esos son cambios culturales, ¿o no?

Si el Estado sigue reduciendo a la mujer al plano sexual, aunque sea un plano sexual vulnerado, el cambio cultural será únicamente dos palabras. Dos palabras más, como otras,  que las nuevas generaciones --y las viejas sin pensiones e indigentes, trabajadoras y abandonadas-- no van a comprender. Y mucho podrán vivir.

Mujer no violada no vale la pena

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