Comentarios mas recientes

2010/09/18

LPG-Por pura curiosidad

 Dicen que la curiosidad mató al gato. Pobre gato. Pero la curiosidad, por fortuna, no solo mata: descubrimos, por ejemplo, qué cosa es en verdad la que queremos en esta vida, o que los frijoles con miel no saben mal, o la existencia de un reptil (horroroso) que nos lleva a vivir en Indonesia, o que hay un principio más profundo que rige la no localidad cuántica, o el espléndido mirador que es el techo de nuestra casa, o por lo menos, si de veras se suicidó Marilyn Monroe.

Escrito por Alfredo Espino Arrieta.18 de Septiembre. Tomado de La Prensa Gráfica.

La apatía, sin embargo –junto con el miedo a la libertad– parece ser señora de este mundo. Da la impresión que la mayoría de las gentes prefiere irla pasando, transcurriendo por el camino del ningún esfuerzo (de toda índole, si es posible); por la avenida de la costumbre y el tedio, haciendo lo que sus ancestros hicieron y dejando también que se les diga qué cosa hacer (y creer), cuándo y de qué manera.

Mientras que Einstein tenía la curiosidad en alta estima, Pascal por su parte decía que la curiosidad era una enfermedad que lo llevaba a querer conocer lo que no se puede –y creo que es bastante obvio (y quizás me equivoco por completo en cuanto a la obviedad de este asunto) que hay cosas en principio conocibles mientras que hay otras que no lo son, teniendo nosotros que resignarnos a aceptar estas últimas en su condición de misterios.

Pero no solo lo enigmático, sino también lo prohibido espolea nuestra curiosidad. Los niños, dotados de esta cualidad en enorme medida (¡y se pierde tan rápido!) sienten fascinación por lo que sea que les prohibamos. Vladimir Nabokov dijo que la curiosidad es insubordinación en su forma más pura. Esto es interesante, ya que señala el carácter emancipador que puede tener el hecho de observar las cosas por nuestra cuenta, en vez de atenernos a suposiciones o saberes de tercera mano. (Para Casanova hasta el amor consistía de tres cuartos curiosidad, hablando de manos.) La consideración y observación directas nos enriquecen, por lo menos, con un nuevo matiz, si es que no nos dan acceso a toda una epifanía. Voltaire dijo que era mejor juzgar a un hombre por sus preguntas que por sus respuestas. Así, el propósito primordial de la educación debería ser el cultivar esa enorme curiosidad innata al máximo (cosa que rara vez sucede, pues demasiados buenos muchachos salen del colegio detestándolo). Benditos sean esos cuantos maestros inolvidables que lo consiguen.

Es curioso que, en última instancia, seamos nosotros los que le conferimos a lo curioso su calidad de curioso: cualquier cosa es, en principio, curiosa. Muy curiosamente también, la primera acepción que encontramos de “curiosidad” en el diccionario de la Real Academia Española (curiosa institución que recuerdo tenía –o tiene– entre sus manifiestas intenciones las de “limpiar”, “pulir” y “dar esplendor”, supongo que a la lengua) es el “deseo de averiguar o saber alguien lo que no le concierne”; siendo la segunda la de “vicio que lleva a alguien a inquirir lo que no debiera importarle”. Y esto me hace pensar en el hecho sumamente curioso de que el uso que se le da a esta palabra –por lo menos la mitad de las veces– no suela ser ese. La curiosidad obviamente es noble a menudo, insisto.

Y aunque es probable que sea en aquel nefasto sentido que la curiosidad haya matado al pobre gato, en lo personal prefiero suponer que murió de curiosidad –pero en su vertiente digna.

Por pura curiosidad

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios que incluyan ofensas o amenazas no se publicaran.