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2010/09/13

LPG-Reparar y prevenir las cárcavas políticas

 Cada día es más evidente que, en este tramo del esfuerzo democratizador que arrancó en el país hace tres décadas, la misma dinámica histórica va revelando realidades que permanecían ocultas o veladas en los distintos planos del quehacer nacional. Nos referimos a actitudes, prácticas, simulaciones, desvíos, distorsiones y otras cosas semejantes. No hay que olvidar que venimos de una larga época en la que esconder era la norma y revelar era la excepción. Y esto sobre todo en el hacer público, entonces controlado sin reservas por una forma de poder absorbente y excluyente. La antidemocracia se consideraba asistida por la facultad de justificarlo todo, en función de sus intereses; y ese molde es el que se convirtió en forma mental asumida por el ambiente. Y recordemos que las formas mentales son las que más cuesta sustituir.´

Escrito por David Escobar Galindo.13 de Septiembre. Tomado de La Prensa Gráfica. 

No es casualidad que se hable cada vez más de transparencia, término que antes ni siquiera parecía existir en el vocabulario político. Ahora, hasta hay un esfuerzo por contar con una legislación que garantice la transparencia y la rendición de cuentas, de manera que tal responsabilidad no quede a merced de las voluntades personales del momento. Es muy importante destacar que la democracia es transparentadora por naturaleza, y que en la medida que el esfuerzo democratizador va avanzando lo hacen a su vez los mecanismos que ponen orden en el ambiente. Esto es efecto de la lógica democrática; y en tanto ésta se manifieste bien, el proceso se mantiene estable y saludable. Es lo que estamos viendo en estos momentos, en medio de todos los exabruptos y escozores que eso crea en las esferas del poder.

Un acontecimiento muy concreto, como es la prohibición constitucional de hacer transferencias presupuestarias sin aprobación legislativa previa, grafica las resistencias aludidas. En el pasado, siempre se respetó la norma según la cual tales transferencias requieren dicho tipo de aprobación; pero como los vicios son adictivos, bastaron unos cuantos años de práctica permisiva para hacerla sentir indispensable. Nadie ha hecho ni el esfuerzo mínimo para aclarar seriamente qué debe entenderse por “emergencia” o por “imprevistos”: el hecho es que tales términos han servido para “justificar” sin más un proceder proclive al abuso. Que se abusara o no en situaciones específicas no es la cuestión central: lo que verdaderamente importa es que no haya posibilidad de hacerlo; porque, como dice la sabiduría popular, “no hay que tentar al diablo”, en ningún ámbito.

El poder, por su propia naturaleza, tiende a relajar los frenos inhibitorios que hacen posible la disciplina de la conducta; y por eso en todas partes, al menor descuido, proliferan los vicios y los extravíos que comienzan en extravagancias y terminan en delitos. Entre nosotros nunca se ha hecho un mapa descriptivo de los trastornos que, a lo largo del tiempo, han venido generando tanto la fantasía como la fantasmagoría del poder. De hacerlo, sería como desplegar un mosaico de espejismos esperpénticos, en el centro de los cuales están los egos sucesivos, más o menos descontrolados. Y es que el ejercicio del poder —de cualquier tipo de poder— muy fácilmente deriva en impulso desactivador de la mesura y de la prudencia en el actuar: con inclinación verdaderamente peligrosa obnubila el juicio y trastorna la percepción.

La práctica democrática efectiva es el único seguro funcional contra todos esos riesgos posibles, que, de no tratarse según la naturaleza y entidad que tienen, van erosionando la subterraneidad del proceso. Los vicios no atendidos se vuelven cárcavas que socavan el terreno, como vemos en el ámbito físico; y después, en un caso como en el otro, es cada vez más costoso reparar y prevenir los daños. En otras palabras, lo que en El Salvador más estamos necesitando, y con urgencia que se acrecienta día a día, es el fortalecimiento institucional de la democracia, comenzando por los partidos políticos mismos. En esa línea, la adecuada regulación normativa de la actividad partidaria, tanto hacia adentro como hacia afuera de los partidos, sería un factor inmediato de alta incidencia potencial en el buen desempeño del quehacer nacional en su conjunto.

Debemos dejar de ver todo esto como una serie de acciones relacionadas pero no complementarias, opcionales y no necesarias. En realidad, la vida democrática es un rompecabezas en movimiento, en el que cada pieza ocupa su lugar, que no es canjeable por otros, y sólo cuando el rompecabezas se completa en una coyuntura histórica determinada es factible pasar saludablemente a las coyunturas que vendrán. La democracia es un todo que se está desplazando hacia adelante sin cesar, cuyos componentes interactúan, de manera positiva o de modo negativo, según sea el tratamiento que reciban los desafíos que la caracterizan en cada tramo de su desenvolvimiento. Vivir la democracia es por ello un compromiso cotidiano para todos, ciudadanos y representantes, sin excepción.

Reparar y prevenir las cárcavas políticas

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